“El inefable don de la Eucaristía explicado paso a paso” 18ª parte
Al comienzo del cristianismo, hacerse cristiano era entrar a formar parte de una familia en la que se compartía todo, los bienes, la vida y la acción, como lo dice el libro de las Hechos de los Apóstoles en su capítulo 2: Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.. Hc 2, 44-46 . En el ofertorio los que asistían a la celebración, llevaban grandes cantidades de alimentos, para los necesitados. Entre los cristianos, ninguno pasaba necesidad, porque lo que tenía uno, era de todos. El sacerdote y los diáconos, recibían tantas cosas, que, al acabar el ofertorio tenían que lavarse las manos, porque había tocado muchas cosas. Hoy el sacerdote continúa lavándose las manos, no porque las lleve sucias, sino dándole un sentido espiritual a ese gesto.