Tercer Domingo de Adviento: el domingo de la Alegría o de Gaudete

La palabra del introito de la Misa: Gaudete, quiere decir, regocíjense. En esta fecha se permite la vestimenta color rosa como signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a alegrarse porque ya está cerca el Señor. En la Corona de Adviento se enciende la tercera llama, la vela rosada. Imagen relacionada

Domingos de “gaudete” y “laudete”

Hay dos domingos en el año que se permite usar el color rosa en la vestimenta y estos son el cuarto domingo de Cuaresma (laetare) y el tercer domingo de Adviento (gaudete) porque en medio de la “espera”, se recuerda que ya está próxima la alegría de la Pascua o de la Navidad, respectivamente. En la corona de Adviento también se suele encender una vela rosada.

Evangelio: Mateo 11,2-11

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.» Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

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Es en esta situación que la figura de Juan el Bautista se nos presenta hoy. El viene directamente, de frente a nosotros. Ahí está vestido con sus pieles de animales, predicando sobre el arrepentimiento, ahí está gritando que preparemos el camino del Señor, ahí está apuntando con su largo y huesudo dedo como en el retablo de Eisenheim: “Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccata mundi: He aquí el Cordero de Dios, aquel que quita el pecado del mundo.” Es Juan el Bautista quien nos recuerda en este tiempo de adviento que la conversión y la penitencia están en el corazón del mensaje cristiano. Es Juan quien hoy nos recuerda que lo que se necesita actualmente en la Iglesia es conversión, pura y simple. Esta conversión no tiene nada que ver con estructura y poder; no tiene nada que ver con mayor participación de los laicos en la toma de decisiones. ¿Por qué los laicos piensan que no arruinarían la tarea de dirigir la Iglesia tanto como el clero lo ha hecho? No. Lo que se necesita es la conversión del clero, de los obispos, sacerdotes, diáconos, la conversión de los religiosos, la conversión de los laicos, de los hombres, de las mujeres y de los niños, una conversión que sea un genuino apartarse del mundo del pecado y de la muerte para volverse a la luz del Señor crucificado y resucitado. Hemos escuchados, mis amigos, y seguiremos escuchando, llamados para hacer cambios en las estructuras de la Iglesia. Escucharemos llamados para una mayor apertura, más mujeres en posiciones de liderazgo, más democracia en la Iglesia. Aquellos que hacen esos llamados son ciegos conduciendo a otros ciegos. El mensaje de Juan es muy claro: el arrepentimiento personal y la conversión es lo que se necesita, y la conversión debe empezar con cada persona que se llama a sí mismo seguidor de Jesucristo. Involucra esa decisión que debe hacerse cada uno de los días de nuestra vida, la decisión de no seguir la ceguera del mundo que niega el pecado y pretende que la muerte no existe, por el contrario, seguir la verdad que es Jesucristo y vivir nuestra vida en amorosa armonía con él.

Juan el Bautista pregunta: “Están buscando alegría en este domingo de Gaudete? Entonces mírame mientras señalo más allá de mi.” Este es el hombre cuya alegría aumenta con cada pregunta que se le hace: “¿Eres Elías?” “No”. “¿Eres el Profeta?” “No.” “Eres el Mesías?” “No.” Y con cada negación, una negación que proviene de las profundidades de su propio conocimiento, un conocimiento hecho posible sólo por su humidad: con cada No su alegría aumenta, pues con cada No, con cada negación de sí mismo, atestigua al que vendrá después de él, aquel que efectuará lo que Juan sólo puede hacer de manera simbólica, aquel que quitará los pecados del mundo.

El mundo nunca entenderá de que se trata la Navidad. El mundo siempre encontrará una decepción porque el mundo no puede ver el vínculo entre el Evangelio de este domingo de Gaudete y la alegría. Todos queremos oír a los ángeles cantar: “Gloria en excelsis Deo”. ¿Pero nos preguntamos por qué los ángeles están cantando? Obviamente, dirás, porque Cristo ha nacido, el niño ha nacido en Belén. Es verdad, pero los ángeles no cantan únicamente para señalar el nacimiento de este niño. Ellos cantan porque ven en la madera del pesebre la madera de la cruz, cantan porque con este nacimiento comienza el triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte, la alegría de los ángeles en esa noche de navidad es la misma alegría de los ángeles que recolectan la preciosa sangre de Jesús mientras cuelga de la cruz. Ellos cantan la misma canción de salvación.

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